Silencios
Atónita del
blanco peso,
de las luces
ahogadas
en edificadas
paradojas ,
muerde la urbe
la noche
nacida en la
cúspide de sus fronteras.
Ya no amargan
los silencios
derramados gota
a gota,
en el grosor de
la ausencia.
Desnudo el
cristal del azar
la hierba mansa
crece
sobre el
espíritu del tiempo,
impensado en las
aceras
donde yacen los intranquilos
instantes.
Peces extrañados
del mar
cohesionan
cuerpo a cuerpo
con la lentitud
de la conciencia.
Una cándida
espiga muere
ciega por el
diáfano llanto,
por las hojas
secas de angustia,
limita la sed
del gozo,
secó el verde
barniz, rencoroso y marchito.
Alfileres en los
cauces pétreos
trae, trae
insomnio al agua
que el dolor a
la tierra blande.
A. Maíllo